El calor
del sol hace poco para apaciguar el frio
que se filtra por la ventana. La etiquete de puchos sobre el escritorio me
tienta, pero de los 10 del atado ya me fume 3, y solo me quedan 7 para el resto
del día si quiero cumplir la promesa echa. Asi que ignoro la ansiedad, decido
no calmarla siquiera con una fruta. Comer no es la respuesta, Jager, me
recuerdo, descansando la lengua entre los dientes y obligandome a pensar en
otra cosa. Fueron unos semanas ocupaditas, debe de haber mucho más en lo cuál
pensar. Y mierda si lo habrá
La semana
pasada, me animé. Armandome de valor, y ya aburrido de la vida en el pueblo,
decidí volver a Córdoba a pasar unos días. La idea, admito, me causaba algo de
temor –pero decidí enfrentarlo. Fui con amigos –a quedarme en el departamento
de una grosa amiga torta. No entraré en detalles sobre el viaje –el propósito
de este blog no es contarles una historia de mi vida. Lo que hace falta
mencionar es que la Vieja Enferma Loca –llamada de aquí en adelante “Abuela”-
perdio 500 pesos. ¿Y quién cagó? ¿Quién fue setenciado sin el derecho a un
juicio? ¡Correcto, Señor Lector! ¡Jager! ¡Qué astuto! Como para acortar una
larga historia, tras mi vuelta de Laboulaye este Domingo pasado, Gran Hermano
me echó de la casa, con la pena de vivir en el lavadero –o en la calle. Tampoco
empezaré a quejarme sobre esto, ni escribiré una larga queja acerca de mis
horas de soledad, lagrimas y depresión. Tampoco es el punto. Al tercer día de
mi sentencia, recibo un grato mensaje de texto de un amigo, informandome que,
en realidad, Abuela no podía hacerme lo que estaba haciendo: responsible legalmente
de mi, más alla de mi mayoria de edad, le podía hacer una denuncia por ‘Abandono
de Persona’. Su sugerencia fue mi salvación, y así fue cómo me enfrente a ella
esa noche, tras haberle rogado –por quintesima vez- que me dejara dormir adentro,
pues afuera hacía suficiente frio como para helar el pito de un pinguino
incluso.
“Agradecé
que te dejo dormir en el lavadero,” Tuvo la caradurez de hablar Abuela, con un
tono de arrogancia y una postura de cuerpo que me tento a acercarme y reventarle
el cachete de una cachetada. Me aguanté, igual, suponiendo que pegarle no
ayudaría mi caso para nada –y, de cualquier forma, la ira ardiendo en mis ojos
cual cenizas aun prendidas probablemente hacia
el laburo de informarle mi odio lo suficiente.
“Agradecé
que no te he echo una denuncia,” Le respondí, imitando su tono. Sentado sobre
la mesada de la cocina, apoye una mano a cada lado de mis piernas, levante una
ceja y le dediqué una sonrisa irónica, llena de bronca, y un tono en mi ojos
que indicaba que sabía que estaba pronto a ganar esta guerra. Me miró
incrédula.
“¿Denuncia?
¡No me podés hacer ninguna denuncia, sos mayor de edad! Y, encima, tenés el
coraje de amenazarme tras todo lo que hice por vos,” Su voz indicaba su enojo,
su cuerpo inclinándose frágilmente –tan frágil que parecía una ramita a punto
de partirse- hacia adelante, y sus manos revolucionando un gesto. Pero también
había algo de temor en la caída de sus hombros, y en la forma en la que se
mordió los labios.
“Un abogado
amigo de un amigo parece pensar distinto –que te puedo denunciar por abandono
de persona, ya que sos legalmente responsable de mi,” Subí y bajé los hombros,
y usando la fuerza de mis brazos me bajé de la mesada de un salto. Con una
sonrisa en la cara que indicaba que sabía haber ganado, le hablé. “Pero bueno,
cree lo que quieras. O entro, o mañana voy a la policia y veremos cuál de los
dos tiene razon,” Con una ultima mirada fija, salí de la casa con un portazo.
Una hora más tarde, mi hermano me informo que se permitia dormir en la casa.
En fin,
había ganado. Con una amenzada de por medio, sin saber si mis actos habían sido
positivos o negativos, la había vencido. Tras palabras y actos de los cuales no
me orgullecia, había conseguido lo que quería. Y, lo peor, no sentía un gramo
de culpa. La vieja fue una arpía, la vieja me demostró la locura que rondaba en
su cabeza, ¿porqué habia de mostrarle cualquier signo de perdon?
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