domingo, 29 de julio de 2012

Gone But Not Forgotten - Yet, Why Must You Be Gone?


‘He’ll never see him grow up.’

El contexto era una tarde de Domingo, aburrida como todas. Todos las hemos experimentado –el séptimo día de la semana es aquel donde se supone abunde la paz y la tranquilidad, pero tienden a estar más invadidos por el aburrimiento y el estancamiento. Y la ‘depresión, sabiendo que el día siguiente es Lunes, se acabó el fin de semana, y volvemos a la rutina semanal. Como es común con mis amigos, para vencerle a Domingo en su guerra para bajonearnos, nos juntamos en el quincho de una amiga. Mates, risas, boludeces, música y demás tomaron control. Nada fuera de lo común, pero definitivamente distinto a encadenarse a un sillón a mirar tele.

Pero, luego, llegó la idea –como siempre determinada a traer malos momentos: Veamos The Last Song, de Miley Cirrus. Yo ya había visto el film, y sorprendentemente lo había disfrutado –como dato curioso, fue también un día Domingo la primera vez que la ví, una tarde de lluvia en Córdoba en el departamento de Irina, y nos lloramos la vida. Pero bueno, el punto es que fui el primero en saltar con que Si, veamosla, ¡es una peli hermosa! ¿Para qué? Lo que no me esperaba fueron los sentimientos que despertó en mi el presenciar el comienzo del fin del padre del personaje de Miley, ver como ella y el personaje de su hermano se preparaban para perder a alguien tan importante.

No me esperaba que eso despertara en mis recuerdos de mi vieja.

Con sentimientos encontrados llenándome cual si fuese una bolsa vacía, me levante de la mesa y me dirigí al baño. Cerrando la puerta detrás,  y sin molestarme en prender la luz, me deslicé al piso y permití que mi cabeza carburara.

Mi vieja desapareció hace casi 6 años ya –el 6 de Diciembre del 2006. Nunca había sido, con ella, una relación fácil, y de hecho la última vez que la vi le expresé con bastante claridad que no deseaba saber más de su persona. Y después… ¡PUF! Cual un mago realizando un truco de magia, desapareció. Y ahí vino ese caparazón; cual tortuga aterrorizada metí la cabeza, los brazos y las piernas adentro. Me cubrí en armadura de acero, fuerte e irrompible. Me protegí, y me obligué a aceptar que esto era como debía ser, a olvidarme, a tomarlo como solo algo más. Si total, mi vieja nunca me había importado, ¿no? Pensar eso fue mi método de escapar.

Hasta ahora. Ahora, con todo lo que sucede a mi alrededor, la armadura se oxida y cae; mis brazos, piernas y mi cabeza reaparecen a enfrentarse a la realidad. A la realidad de que no está más. A la realidad de que, 6 años más tarde, lo más probable es que nunca volverá a estarlo. A la realidad de que la extraño, de que, por más que me las hizo pasar tan mierda, es mi vieja y la cago amando. A la realidad de que no la va a ver crecer a mi hermana. A la realidad de que no estará aca para ayudarme a elegir el camino correcto. A tantas realidades despierto… Y duele como la recalcada concha de sus mamis.

Un golpecito en la puerta, y levanté la cabeza. Sorprendentemente, no habían caído lagrimas, pero el sentimiento adentro las reemplazaba. ‘¿Si?’ Pregunto, intentando mantener la voz normal. No quería molestarlos –y, más allá de eso, odio ser visto en esas condiciones. Me cuesta, me cuesta abrirme con la gente y dejarlos verme cuando estoy más frágil. Y ahí estaba frágil.

‘¿Estás bien?’ La voz de Merchu. Mentirle, por alguna razón, fue imposible. ‘¿Puedo pasar?’ Le respondí que sí, aunque me daba miedo. Levantándome del piso, la luz se prendió como si determinada a cegarme, y los brazos del espermatozoide más lento se curvaron alrededor de mi espalda.

‘La extraño,’ Le dije al oído, y su mano corrió un recorrido calmador por mi espalda, mientras aparecía Juancho por detrás de ella. Sus brazos, también, me agarraron, y entre los dos lograron a hacerme sobrepasar el momento. Sonreir y seguir –como hago siempre. Pero la verdad sigue ahí, habiéndose armado un lugar entre el corazón y un pulmon.

Vieja, te extraño.

viernes, 27 de julio de 2012

Abandono de Persona


El calor del  sol hace poco para apaciguar el frio que se filtra por la ventana. La etiquete de puchos sobre el escritorio me tienta, pero de los 10 del atado ya me fume 3, y solo me quedan 7 para el resto del día si quiero cumplir la promesa echa. Asi que ignoro la ansiedad, decido no calmarla siquiera con una fruta. Comer no es la respuesta, Jager, me recuerdo, descansando la lengua entre los dientes y obligandome a pensar en otra cosa. Fueron unos semanas ocupaditas, debe de haber mucho más en lo cuál pensar. Y mierda si lo habrá

La semana pasada, me animé. Armandome de valor, y ya aburrido de la vida en el pueblo, decidí volver a Córdoba a pasar unos días. La idea, admito, me causaba algo de temor –pero decidí enfrentarlo. Fui con amigos –a quedarme en el departamento de una grosa amiga torta. No entraré en detalles sobre el viaje –el propósito de este blog no es contarles una historia de mi vida. Lo que hace falta mencionar es que la Vieja Enferma Loca –llamada de aquí en adelante “Abuela”- perdio 500 pesos. ¿Y quién cagó? ¿Quién fue setenciado sin el derecho a un juicio? ¡Correcto, Señor Lector! ¡Jager! ¡Qué astuto! Como para acortar una larga historia, tras mi vuelta de Laboulaye este Domingo pasado, Gran Hermano me echó de la casa, con la pena de vivir en el lavadero –o en la calle. Tampoco empezaré a quejarme sobre esto, ni escribiré una larga queja acerca de mis horas de soledad, lagrimas y depresión. Tampoco es el punto. Al tercer día de mi sentencia, recibo un grato mensaje de texto de un amigo, informandome que, en realidad, Abuela no podía hacerme lo que estaba haciendo: responsible legalmente de mi, más alla de mi mayoria de edad, le podía hacer una denuncia por ‘Abandono de Persona’. Su sugerencia fue mi salvación, y así fue cómo me enfrente a ella esa noche, tras haberle rogado –por quintesima vez- que me dejara dormir adentro, pues afuera hacía suficiente frio como para helar el pito de un pinguino incluso.

“Agradecé que te dejo dormir en el lavadero,” Tuvo la caradurez de hablar Abuela, con un tono de arrogancia y una postura de cuerpo que me tento a acercarme y reventarle el cachete de una cachetada. Me aguanté, igual, suponiendo que pegarle no ayudaría mi caso para nada –y, de cualquier forma, la ira ardiendo en mis ojos cual cenizas aun prendidas probablemente hacia  el laburo de informarle mi odio lo suficiente.

“Agradecé que no te he echo una denuncia,” Le respondí, imitando su tono. Sentado sobre la mesada de la cocina, apoye una mano a cada lado de mis piernas, levante una ceja y le dediqué una sonrisa irónica, llena de bronca, y un tono en mi ojos que indicaba que sabía que estaba pronto a ganar esta guerra. Me miró incrédula.

“¿Denuncia? ¡No me podés hacer ninguna denuncia, sos mayor de edad! Y, encima, tenés el coraje de amenazarme tras todo lo que hice por vos,” Su voz indicaba su enojo, su cuerpo inclinándose frágilmente –tan frágil que parecía una ramita a punto de partirse- hacia adelante, y sus manos revolucionando un gesto. Pero también había algo de temor en la caída de sus hombros, y en la forma en la que se mordió los labios.

“Un abogado amigo de un amigo parece pensar distinto –que te puedo denunciar por abandono de persona, ya que sos legalmente responsable de mi,” Subí y bajé los hombros, y usando la fuerza de mis brazos me bajé de la mesada de un salto. Con una sonrisa en la cara que indicaba que sabía haber ganado, le hablé. “Pero bueno, cree lo que quieras. O entro, o mañana voy a la policia y veremos cuál de los dos tiene razon,” Con una ultima mirada fija, salí de la casa con un portazo. Una hora más tarde, mi hermano me informo que se permitia dormir en la casa.

En fin, había ganado. Con una amenzada de por medio, sin saber si mis actos habían sido positivos o negativos, la había vencido. Tras palabras y actos de los cuales no me orgullecia, había conseguido lo que quería. Y, lo peor, no sentía un gramo de culpa. La vieja fue una arpía, la vieja me demostró la locura que rondaba en su cabeza, ¿porqué habia de mostrarle cualquier signo de perdon?

sábado, 23 de junio de 2012

Juguemos A Hacernos Daño

Entre mis dedos, un pucho. El humo sale de la colilla, flotando hacia el aire, llenando la habitación de un olor ácido y violento. Detestable. Pero me lo llevo a los labios, hago otra seca - es así, para el adicto. No importa más que el placer del cigarrillo. No importa el olor, el daño que hace. Nada. El pucho llega a un fin, lo aplasto contra el cenicero, pero alguna que otra ceniza sigue ardiendo. Típico. Imperfecto, como todo lo de la vida. Escribo en silencio hoy, solo el ruido de la tele en la otra pieza intenta distraerme, pero no se lo permito. Y pienso.

Pienso en como a los seres humanos, nos encanta jugar a hacernos los ciegos hasta hacernos un daño irrevocable. El pucho, por ejemplo: el fumador fuma, y fuma -pucho, tras pucho, tras pucho- sin medir las consecuencias, hasta que, un día, entra a la visita con el médico, que lo mira con cara sombría y le dice: te quedan tres meses. O seis, o un año, o lo que maldita sea. Lo diagnostican con cáncer de pulmón, y ahí recien para, y piensa: ¿porqué no deje de fumar cuando tenía 15? No importa que se lo advirtieron mil veces -desde su vieja a esa amiga sana y tan sabelotodo. No, el fumador ni se preocupó hasta que tiene la muerte ya avisada.

Pero, ¡ojo! No te creas que, si no fumas, te salvas de este juego vicioso que jugamos los humanos: no, no, todos lo hacen en alguna medida. ¿La forma más repétida? La búsqueda de la media naranja. Ese mito en el que todos queremos creer, si tan solo para poder pensar que no vamos a estar solos para siempre: Si, loco, yo se que en algún lugar del mundo, por más escondido que este, hay alguien que esta destinado a pasar su vida conmigo. Solo falte que nos encontremos -y ¡el destino se encargará de eso! Y, por eso, empezamos a buscar.

Algunos argumentarían que esta búsqueda surge de la idiotez humana. Más, no es así. Desde chicos, vemos películas de Disney o de Pixar o cualquier otra productora que no hacen más que meternos en la cabeza una simple idea: el verdadero amor existe. Y desde ahí, desde la infancia, aparece esa idea de la media naranja, la cual cargamos durante el resto de nuestras vidas. Ahora bien, no estoy acá para discutir si es verdad o no es verdad. Eso me la soba -podrá o no haber una media naranja para todos nosotros.

Lo que sí estoy acá para discutir, es los métodos extremos a los que se mueve el ser humano para poder continuar con su búsqueda. Empezamos con ese primer noviecito o noviecita, esa relación poca serie donde -máximo- compartimos el primer beso; creemos que es amor, caemos en la ilusión de que, así de fácil, encontramos nuestro príncipe azul o nuestra princesa en peligro. Claro que, luego, ese noviazgo termina por alguna boludez que, a esa edad, pensamos tan claramente importante -y después seguimos. Pasamos de relación en relación, creemos encontrar el amor una y otra vez. Pero, en realidad, no hacemos más que lastimarnos una y otra vez.

¿Porqué? ¿Porqué esa necesidad tan absoluta de encontrar a alguien con quién pasar la vida? ¿Porqué tenemos una obsesión tan grande con el no pasar la vida solos? El hombre, por naturaleza, es independiente. Pero no lo aceptamos, queremos compañía -sin importar qué tantas veces tenemos que caer, ni qué tantas veces nos rompen en mil pedazos.

Hago una pausa. Prendo otro cigarrillo. Me autodestino a una muerte temprana de cáncer de pulmón. Pero me la soba. Al menos será una muerte anunciada.