‘He’ll
never see him grow up.’
El contexto era una tarde de Domingo, aburrida como todas.
Todos las hemos experimentado –el séptimo día de la semana es aquel donde se
supone abunde la paz y la tranquilidad, pero tienden a estar más invadidos por
el aburrimiento y el estancamiento. Y la ‘depresión, sabiendo que el día
siguiente es Lunes, se acabó el fin de semana, y volvemos a la rutina semanal.
Como es común con mis amigos, para vencerle a Domingo en su guerra para
bajonearnos, nos juntamos en el quincho de una amiga. Mates, risas, boludeces,
música y demás tomaron control. Nada fuera de lo común, pero definitivamente
distinto a encadenarse a un sillón a mirar tele.
Pero, luego, llegó la idea –como siempre determinada a traer
malos momentos: Veamos The Last Song, de Miley Cirrus. Yo ya había visto el
film, y sorprendentemente lo había disfrutado –como dato curioso, fue también
un día Domingo la primera vez que la ví, una tarde de lluvia en Córdoba en el
departamento de Irina, y nos lloramos la vida. Pero bueno, el punto es que fui el
primero en saltar con que Si, veamosla, ¡es una peli hermosa! ¿Para qué? Lo que
no me esperaba fueron los sentimientos que despertó en mi el presenciar el
comienzo del fin del padre del personaje de Miley, ver como ella y el personaje
de su hermano se preparaban para perder a alguien tan importante.
No me esperaba que eso despertara en mis recuerdos de mi
vieja.
Con sentimientos encontrados llenándome cual si fuese una
bolsa vacía, me levante de la mesa y me dirigí al baño. Cerrando la puerta
detrás, y sin molestarme en prender la
luz, me deslicé al piso y permití que mi cabeza carburara.
Mi vieja desapareció hace casi 6 años ya –el 6 de Diciembre
del 2006. Nunca había sido, con ella, una relación fácil, y de hecho la última
vez que la vi le expresé con bastante claridad que no deseaba saber más de su
persona. Y después… ¡PUF! Cual un mago realizando un truco de magia,
desapareció. Y ahí vino ese caparazón; cual tortuga aterrorizada metí la
cabeza, los brazos y las piernas adentro. Me cubrí en armadura de acero, fuerte
e irrompible. Me protegí, y me obligué a aceptar que esto era como debía ser, a
olvidarme, a tomarlo como solo algo más. Si total, mi vieja nunca me había
importado, ¿no? Pensar eso fue mi método de escapar.
Hasta ahora. Ahora, con todo lo que sucede a mi alrededor,
la armadura se oxida y cae; mis brazos, piernas y mi cabeza reaparecen a
enfrentarse a la realidad. A la realidad de que no está más. A la realidad de
que, 6 años más tarde, lo más probable es que nunca volverá a estarlo. A la
realidad de que la extraño, de que, por más que me las hizo pasar tan mierda,
es mi vieja y la cago amando. A la realidad de que no la va a ver crecer a mi
hermana. A la realidad de que no estará aca para ayudarme a elegir el camino
correcto. A tantas realidades despierto… Y duele como la recalcada concha de
sus mamis.
Un golpecito en la puerta, y levanté la cabeza. Sorprendentemente,
no habían caído lagrimas, pero el sentimiento adentro las reemplazaba. ‘¿Si?’
Pregunto, intentando mantener la voz normal. No quería molestarlos –y, más allá
de eso, odio ser visto en esas condiciones. Me cuesta, me cuesta abrirme con la
gente y dejarlos verme cuando estoy más frágil. Y ahí estaba frágil.
‘¿Estás bien?’ La voz de Merchu. Mentirle, por alguna razón,
fue imposible. ‘¿Puedo pasar?’ Le respondí que sí, aunque me daba miedo.
Levantándome del piso, la luz se prendió como si determinada a cegarme, y los
brazos del espermatozoide más lento se curvaron alrededor de mi espalda.
‘La extraño,’ Le dije al oído, y su mano corrió un recorrido
calmador por mi espalda, mientras aparecía Juancho por detrás de ella. Sus
brazos, también, me agarraron, y entre los dos lograron a hacerme sobrepasar el
momento. Sonreir y seguir –como hago siempre. Pero la verdad sigue ahí, habiéndose
armado un lugar entre el corazón y un pulmon.
Vieja, te extraño.